EN LA CABEZA DE JUAN JOSÉ ESPARRAGOZA, “EL AZUL”

03/09/2013 - 12:00 am

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Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).– Todos sucumben. Muchos se van extraditados a Estados Unidos, donde el sueño de gobernar las cárceles queda supuestamente sepultado, al menos para los grandes capos mexicanos quienes deben ceder ese asiento a las pandillas que les distribuyeran en las prisiones o las calles las drogas ilícitas que los llevaron ahí.

Algunos mueren atravesados por las balas de sus socios. Otros por el fuego del Ejército o la Marina.

Todos sucumben, menos uno: Juan José Esparragoza, El Azul, el mítico hombre que se ha colocado por encima de todos los cárteles y sigue vivo y libre tras casi 50 años dentro de un negocio donde la veteranía es la excepción. En perspectiva: cuando Esparragoza libraba tiros, organizaba cumbres y compraba policías –no tanto personas sino corporaciones enteras– ninguno de los cuatro líderes que han dirigido a Los Zetas había nacido y ya dos están muertos y uno preso.

Sin El Azul no podría entenderse la presente República de las Drogas.

En la cabeza de El Azul

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El 6 de febrero de 1985 un grupo de agentes y exagentes de la DFS pagados por Don Neto Fonseca se reunieron en su casa. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el veterano narcotraficante les ordenó ir al domicilio de Rafael Caro Quintero, El Narco de Narcos.

Se concentraron ahí en espera de órdenes. Antes del mediodía, un grupo salió al consulado estadunidense en Guadalajara.

Horas después volvieron Fonseca y el resto del grupo con un hombre al que cubrieron la cabeza con un saco. Fue conducido a una de las recámaras de la casa y los capos se encerraron en la habitación de Caro. Sergio Espino Verdín recibió la orden de cuidar la entrada de la habitación donde estaba retenido el agente estadunidense. Minutos más tarde regresó Samuel Ramírez Razo, Samy, a interrogar a Camarena. El asunto giraba alrededor de la investigación llevada por la DEA y las autoridades mexicanas sobre el tráfico de drogas.

El pago por el secuestro fue de 50 mil pesos a cada uno de los cuatro agentes participantes del servicio secreto mexicano.

Introdujeron a Camarena en una de las recámaras de la casa, a donde entraron Caro Quintero y Fonseca Carrillo.

Samuel Ramírez Razo, El Samy, estuvo a cargo del interrogatorio.

La tortura fue brutal. La ejercían hombres entrenados para evitar la investigación y obtener los datos mediante la fuerza: eran agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la misma agencia mexicana de espionaje que desde su más alta dirección protegía a los secuestradores de Kiki Camarena.

–¿Cómo se llama, hijo de su pinche madre? –repetía El Samy la pregunta con cierta frecuencia.

–Enrique Camarena Salazar.

–¿Sobre de quién andan, pinches culeros? ¿Quiénes están en la lista?

Los detalles serían dados al juez por Sergio Espino Verdín, exmiembro de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, otro aparato de espionaje político del gobierno mexicano de los 80.

Espino Verdín llegó ahí mediante el fichaje mediado por Jorge Salazar Ortega y Javier Barba Hernández, abogados de Caro Quintero y Fonseca Carrillo, responsable de su sueldo. Amistó suficiente con Don Neto como para que el capo, en el velorio de un hermano que le mataron, le entregara al exespía 500 mil pesos de la época para repartirlos entre la tropa.

Ramírez Razo y Francisco Javier Tejeda Jaramillo, otro agente empleado como sicario, proporcionaron el resto de los detalles de ese día:

“Lo tenían en una recámara donde era golpeado por Carlos Martínez y Refugio, Cuquillo. El primero lo amordazó, le introdujo unos pedazos de trapo en la boca y le puso tela adhesiva alrededor de la boca y la nariz. Debió morir pronto”.

Fonseca tuvo un mal presentimiento, como si la casa se llenara de pájaros negros.

–Compadre, necesitamos soltar al gringo –dijo Don Neto a su joven e impetuoso socio Caro Quintero.

–No puedo, compadre, porque ya lo madrearon y se está muriendo.

Ya era 7 de febrero de 1985, día en que la historia del crimen organizado cambió para siempre y, a entender por el momento actual, también del país por completo.

Metieron a Camarena en la cajuela de un automóvil. Semiconsciente, le golpearon varias veces la cabeza con una llave de tuercas. Ahí mismo introdujeron a Alfredo Zavala, el piloto mexicano que dio las coordenadas del rancho El Búfalo, el mayor sembradío de marihuana de la historia y cuya pérdida enfureció a Caro al grado de cometer el error de asesinar a un policía con pasaporte estadunidense.

Llevaron el auto a un rancho en Michoacán y lo encerraron, con los cadáveres dentro, en un garaje que luego tapiaron

Antes de esto, cuando Samy abandonó el cuarto de tortura se dirigió con la respiración entrecortada —no de angustia sino de fatiga— a sus jefes: “El detenido manifestó que Miguel Ángel Félix Gallardo, Fonseca, Caro Quintero, Manuel Salcido, El Cochiloco, y Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, eran, en este orden, las principales personas que se dedicaban al narcotráfico nacional e internacional”.

***

Los cárteles mexicanos, a semejanza de los colombianos, conciliaron intereses de narcotraficantes identificados por razones de región o parentesco. Antes de estas agrupaciones en México existían bandas, con mayor o menor organización, fundamentalmente dedicadas al cultivo y exportación de marihuana y amapola. El clan de Los herrera, por ejemplo, gobernó en el crimen y la ley durante años en Durango, donde alrededor de 2 mil familiares se imbricaron en el contrabando, gobiernos municipales y jefaturas policíacas.

Al otro lado de la montaña, en Sinaloa, surgieron figuras como Pedro Avilés Pérez, El León de la Sierra, quien exploró de manera anticipada en la primera década de los 70, con Javier Sicilia Falcón, un cubano-americano nacionalizado mexicano, las primeras rutas occidentales del tráfico de cocaína. Avilés fue asesinado y Sicilia preso.

Más del primero que del segundo descienden directamente Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido, El Cochiloco, Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, y Juan José Esparragoza Moreno El Azul.

Todos murieron de bala o están presos, excepto Caro Quintero quien apenas dejó la cárcel de Puente Grande, luego de 28 años de encierro, y El Azul Esparragoza.

Para colocar a las personas en contexto, en las miles de páginas contenidas en los expedientes judiciales obtenidos por SinEmbargo, sobre el estado del narcotráfico mexicano durante la década de los 70y 80, el nombre de Joaquín, El Chapo, Guzmán, hoy el primer narcotráfico del mundo según en el gobierno de Estados Unidos, no aparece sino hasta después del asesinato de Camarena. Lo mismo ocurre con Ismael, El Mayo, Zambada. Sólo tenía relevancia Esparragoza Moreno.

En la dirigencia actual de Sinaloa, el más próspero vendedor de drogas en el mundo es un triunvirato compuesto por El Chapo, El Mayo y El Azul, hombres con diferencias de edades de entre dos y seis años.

¿Por qué? ¿Existe algo especial en Juan José Esparragoza Moreno?

Parte de la respuesta está en el expediente integrado por el área técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal. SinEmbargo posee copia completa del documento, un informe confidencial con todas las evaluaciones psicológicas, sociales, criminológicas y laborales hechas al capo durante los últimos siete años que ha estado en prisión.

Ahí están los cuestionarios en los que El Azul se describía “travieso” de niño y temeroso de no hacer de sus hijos hombres de “vien”. O está el dibujo de un hombre con brazos enormes y deformes y trazo tembloroso, al que inventó una historia con su letra manuscrita y poco practicada: “Esta figura es de un señor que fue quemado un Sábado de Gloria por perverso”.

Es la historia de un hombre de 1.77 metros y atlético en su juventud. Del hijo adorado de un ganadero. De un hombre tan moreno al que sólo le podían apodar El Azul. Un hombre que en los años 70 se integró como uno de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política que, a la vez, era una especie de dependencia controladora de la gran banda de narcotraficantes liderados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, quien reconoció el talento de un joven Esparragoza y lo eligió como su lugarteniente.

No fue su único maestro. El Azul estuvo bajo la tutela de Juan José Quintero Payán, contemporáneo de Ernesto Fonseca y Don Neto, y anterior a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Tuvo también la enseñanza de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Juntos adornaron las cañadas y los cerros con plantíos de marihuana y se convirtieron en leyendas, en letras de corridos norteños.

En 1977, el gobierno de Estados Unidos asesoró al mexicano, que utilizó por primera vez al ejército para combatir al narco y poner en marcha la Operación Cóndor, en Sinaloa.

Félix Gallardo, Don Neto, Caro Quintero y El Azul migraron a Guadalajara donde continuaron las operaciones, cada vez más fortalecidas con el envío de cocaína sudamericana a Estados Unidos, bajo el amparo de la Dirección Federal de Seguridad, de la que El Azul obtuvo una credencial que lo acreditaba como colaborador oficial de esa dependencia gracias a la compra que los narcos hicieron de la policía política mexicana.

En 1985 la mafia sinaloense asentada en Jalisco supo que un hombre andaba detrás de ellos, Enrique Camarena.

Los narcos lo secuestraron frente al consulado de su país en Guadalajara por órdenes de Don Neto y Caro Quintero. Le preguntaron quiénes eran los hombres en la lista negra del gobierno estadunidense. Dio todos los nombres. Luego lo asesinaron. La DEA reclamó cabezas.

Y el gobierno mexicano se las dio.

Antes, quizá con conocimiento de que la prisión era un mal trago insalvable, Esparragoza Moreno convocó a una cumbre en la que México quedó partido en cuatro para asuntos de narco. Sólo él podría convencer a Amado Carrillo, sobrino de Don Neto, que mantuviera calmada la antipatía que sentía por El Chapo y a éste que no fuera sobre sus paisanos, los Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Gallardo, El Padrino, y que se admitiera la personalidad de Juan García Ábrego, sobrino del legendario don Juan N. Guerra, barón del contrabando tamaulipeco.

La división política se hizo, pero, al poco tiempo, la bandera blanca voló en pedazos al ritmo de los cuernos de chivo.

***

El Azul entró al Reclusorio Sur del Distrito Federal a las cinco de la tarde con 15 minutos del 11 de marzo de 1986. Dio como domicilio una residencia en la calle Fuego 908, en el Pedregal de San Ángel del Distrito Federal.

El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a través de su listado de personas y entidades restringidas para operaciones financieras, identifica además cinco domicilios suyos en Tijuana.

El capo se dijo agricultor y ganadero. La Procuraduría General de la República decía que no lo era, que cultivaba, cosechaba, segaba, empaquetaba, transportaba, vendía y exportaba marihuana. Que era un señor de la cocaína, negocio cada vez más boyante.

El juez lo condenó a siete años y dos meses de prisión. Caminaba con dificultad, afectado por un tiro que le entró en el muslo derecho.

Tras los primeros exámenes de personalidad, el psicólogo Jaime Rodríguez descubrió, el 15 de abril de 1986, a un hombre con inteligencia promedio y dotación cultural pobre.

Apenas seis años atrás el cáncer se había llevado a sus padres, Rosario e Ignacio. Nació el 3 de febrero de 1949, aunque el gobierno estadunidense considera como fecha alterna de nacimiento el 2 de marzo de ese mismo año. Es nativo de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, en donde la tierra se hizo sierra de amapola desde hace más de 70 años.

Fue el séptimo de siete hermanos –cuatro mujeres y tres hombres–. Pudo ser el octavo, pero la hermana a la que habría seguido murió al nacer. Creció, según la evaluación, en un sitio donde el objetivo era específico: “la acumulación material de capital”.

Según el psicólogo, la madre de El Azul representó para éste una figura rígida, demandante y proveedora. Su padre, por el contrario, fue sobreprotector y positivo. La profunda identificación con él determinó en gran medida su destino. Fue su padre quien le llenó por primera vez la mano derecha con una pistola –“el objeto compensatorio de seguridad y de satisfacción viril”, escribió el analista– cuando el muchacho apenas tenía 12 años de edad.

A El Azul simplemente no le gustaba la escuela y desertó en el segundo año de secundaria. Temió y huyó de casa. Pero Ignacio lo recibió de vuelta sin mayor trámite. Le enseñó el manejo y control de sus negocios. Lo instó a seguir su ejemplo de hombre de empresa.

Con el tiempo, la relación se tradujo en alianza, la primera omertà  de El Azul. El padre consintió más de lo debido las travesuras de su hijo y éste guardó discreción respecto al comportamiento del primero.

Habló El Azul en un cuartito ocupado como consultorio psicológico de la cárcel: “Llegué a sorprender a mi padre en compañía de algunas mujeres. En cierta ocasión, al abrir la puerta de la bodega del establo, lo vi sosteniendo relaciones con una mujer… Inmediatamente cerré la puerta y todo se olvidó”.

A los 16 años de edad, con la ayuda de su padre, estableció un negocio de abarrotes e inició su vida independiente de comerciante. Luego se dedicó a la compra y venta de ganado y aves domésticas, “actividades tempranas que mostrarían su gran motivación de logro y desempeño laborioso. No obstante esta gran motivación de logro e interés por la empresa, más tarde se convertirían en ambición desmedida”.

Y se hizo narcotraficante a los 22 años de edad. Su padre le daría algo más: una fortuna de 50 millones de pesos al morir, en 1981.

***

El Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota (MMPI por sus siglas en inglés) es uno de los tests psicológicos más utilizados en mundo. Se aplica desde hace décadas en cárceles del Distrito Federal.

El estudio considera tres escalas de validez y otras 10 escalas de valoración clínica. Se resuelve mediante un cuestionario con 566 enunciados, a los que la persona califica como ciertos o falsos. Las respuestas son convertidas en una serie de números y estos, de manera individual y combinada, transferidos a grupos de personalidad con lo que se define el perfil básico. El 4 de marzo de 1986 Juan José Esparragoza resolvió el MMPI.

En más de 20 años de experiencia en penitenciarías locales, federales y capitalinas, Alfredo Ornelas ha aplicado miles de pruebas de personalidad a criminales de todo tipo y dirigido cursos para su realización. Lo ha hecho en penales federales y estatales. Conoce los laberintos de la mente de narcotraficantes, secuestradores, defraudadores, lavadores de dinero, asesinos y simples ladrones de ocasión.

Es experto de la Academia Internacional de Ciencias Forenses y coordinador de estudios penitenciarios del Centro de Estudios para la Seguridad y la Justicia.

Con la hoja de resultados de El Azul en mano, Ornelas levanta el telón y muestra la mente del narcotraficante.

Las tres escalas de validez son identificadas con las letras del abecedario. En el caso de Esparragoza, resaltó la denominada L, en la que obtuvo una puntuación comprendida en un rango propio de neuróticos y psicóticos. En el resto del examen mostró tendencias en ambos sentidos.

Luego, la escala 1 define la hipocondría y el test resuelto por el sinaloense lo pinta siempre angustiado por su salud, sin restricción del sistema orgánico que supone enfermo. Alcanzó tal nivel en sus respuestas que podría ser un hombre con delirio somático, “sin duda relacionado con un episodio esquizofrénico”.

En la medición 2, relacionada con la depresión, también disparó hacia arriba de lo considerado como normal. Quienes ahí se ubican enfrentan niveles clínicos “significativos por su importancia” y viven siempre preocupados por minuciosidades.

Son personas ansiosas, preocupadas, con autoestima baja y pesimistas en su manera de percibir el mundo, al menos en el momento de resolver el cuestionario. Casi siempre tienen baja tolerancia a la frustración.

Algunos ejemplos de las respuestas de El Azul:

32. Encuentro difícil concentrarme en una tarea o trabajo: Cierto.

43. Mi sueño es irregular e intranquilo: Cierto.

 

En el escalafón 3, histeria, mostró resultados sin significados consistentes. Pero llaman la atención algunas respuestas:

129. A menudo no puedo comprender por qué he estado tan irritable y malhumorado: Falso, pero también marcó, y luego borró, la opción Cierto.

141. Es más seguro no confiar en nadie: Cierto.

238. Tengo periodos de tanta intranquilidad que no puedo permanecer sentado en una silla por mucho tiempo: Cierto.

 

En la medición 4, desviación psicopática, también se le consideró dentro de los límites: independiente e inconforme, pero sin ser impulsivo ni dueño de sentimientos “inapropiados”. Enérgico, activo y –la evidencia saca de dudas– con dificultades para aceptar las normas.

61. No he vivido la vida con rectitud: Cierto.

102. Mis luchas más difíciles son conmigo mismo: Cierto.

201. Desearía no ser tan tímido: Cierto.

249. Nunca he tenido tropiezos con la ley: Cierto [sic].

Esparragoza salió atípicamente alto en la graduación 8: esquizofrenia. Lo mismo ocurrió con la penúltima escala, la 9: manía en una dimensión que se le puede considerar temeroso del fracaso y el aburrimiento, hiperactivo, exagerado, competitivo, entusiasta y manipulador.

En su condición, las personas viven tensas, ansiosas, impulsivas, desinhibidas. Son lábiles, eufóricas, agresivas e irritables. También pueden ser amistosas, agradables, inquietas, versátiles e impacientes.

Esto explica el éxito y carisma reconocido por policías, narcos y carceleros. Se les considera proclives a las adicciones.

Y sí: Esparragoza estaba considerado en prisión como un consumidor habitual de alcohol, marihuana y cocaína.

“Existe egocentrismo. No aprecian la ineptitud de la conducta y guardan desprecio por las demás personas y desprecio por las normas sociales y esto los lleva a problemas con las autoridades”.

En resumen, sintetiza Ornelas: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis. Es un esquizoide”.

***

En palabra escrita del psicólogo Jaime Rodríguez: “El sujeto se desarrolla en el seno de una familia en la cual no se establecieron con claridad los objetivos de autoridad y las reglas que se dictaban nunca, o casi nunca, se basaron en el afecto mutuo, ternura y confianza.

“No percibe ni juzga sus motivos y es incapaz de juzgar su propia conducta desde el punto de vista de otra persona. A pesar de que esa conducta es inadecuada u hostil desde un punto de vista social, está satisfecho con ella. Muestra pocos sentimientos de angustia, culpa o remordimiento. Carece de un objetivo definido y su habitual estado de inquietud quizás se deba a que busca lo inalcanzable.

“La rutina le parece intolerablemente tediosa, aduciendo que a él nunca le gustó seguir una vida rutinaria en sus actividades cotidianas, rechazando así el acatamiento de criterios funcionales establecidos por la sociedad. Ejemplifica: ‘Siempre luché por obtener lo que poseo sin tener que rendir cuentas a nadie. Nunca me gustó la idea de cubrir un horario rígido de trabajo (impuesto, por supuesto)’.

“Exige la satisfacción inmediata e instantánea de sus deseos, sin que le importen los sentimientos ni los intereses de otras personas con quienes establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables. No desarrolla un sentido de los valores sociales.

“Persona poco sensible que se da a los placeres inmediatos, parece carecer de un sentido de responsabilidad y, a pesar de los castigos y restricciones coercitivas que la sociedad emplea para frenar delitos repetidos, no aprende a modificar su conducta.

“Se observa en él carencia de juicio social. No obstante, a menudo es capaz de elaborar racionalizaciones verbales que suelen convencerlo de que sus acciones son razonables y justificadas: ‘Yo no hago mal a nadie. Al contrario. He traído divisas al país y he creado fuentes de trabajo’.

“Los únicos ideales que posee y que destacan como objetivos definidos en su vida son aumentar la importancia de sí mismo como individuo, lograr dinero y bienestar material y controlar a otras personas para lograr satisfacciones inmediatas. Su egocentrismo lo lleva a exigir demasiado.

“El perfeccionismo, el orden, la responsabilidad, preocupación por los problemas más insignificantes es lo que esencialmente lo caracterizan”.

***

El 9 de julio de 1990 El Azul fue trasladado del Reclusorio Sur a la Penitenciaría del Distrito Federal.

¿Cómo era La Peni en los tiempos en que El Azul estuvo preso? ¿Cómo fueron los seis años de encierro de un capo vigente en la vida del país durante más de cuatro décadas?

El Azul vivía en el dormitorio 1, zona uno, conocida en aquel tiempo como “Beverly Hills”, la zona de exclusividad. Habitaba solo en una celda cubierta completamente de caoba, como todas en ese espacio.

Había televisiones, videocaseteras, hornos de microondas y, poco a poco, los primeros teléfonos celulares. Tenían inodoros con depósitos de agua, los que aún hoy no existe en el resto de la Penitenciaría. Buenos colchones y cobijas. En las limitaciones, vivían bien.

Lo primero que daba cuenta de ese poder era el agua. Los reos importantes tenían depósitos de líquido en cada celda, a diferencia del resto de miles de internos a quienes el polvo del oriente de la ciudad de México aún se les pega al sudor cada estiaje.

“Se comían mariscos. Hasta langosta. Había tanta relación con las autoridades que no se podía distinguir quién daba la instrucción en esos tiempos: si eran los internos o las autoridades”.

No existían limitaciones para recibir a sus visitas ni para el ingreso constante de prostitutas.

El Azul quería una cárcel hermosa. Por eso, de acuerdo con los testimonios dados a SinEmbargo por custodios de esas épocas que piden el anonimato, promovió la construcción de esa zona, en donde hoy existe el dormitorio 10, reservado para ancianos, discapacitados, enfermos de sida y los condenados a muerte por los mismos reos.

También mandó a construir los frontones. Le gustaba jugar a mano limpia y con raqueta. Tenía la comisión laboral de ser el coordinador de tenis, pero eso nunca se practicó ahí. Era frontenis. Se hacía el juego entre custodios, internos y visitantes. Esparragoza sacaba un rollo de billetes verdes del pantalón y si estaba de buen humor sacaba los de 100 dólares como si fueran de juguete.

Los custodios, a quienes tomó como su grupo de escoltas personales adentro, todavía añoran los tiempos de El Azul Esparragoza. Hizo levantar una fuente que está fuera de la prisión, en el área de estacionamiento de funcionarios. “Quería que la cárcel se viera bonita. También ordenó hacer una casita de madera para niños. Compró columpios, sube y bajas y demás juegos. Esa área sigue ahí, aunque ya no es usada por los niños.

“Con frecuencia estaba en la dirección, entonces a cargo de Margarito Luis Pérez Ríos. Había internos que se quedaban a dormir en la dirección. Se iban a jugar dominó o póquer con el funcionario encargado, quien se iba a dormir, ebrio o cansado, y los reos pasaban la noche en los dormitorios para las autoridades. A la mañana siguiente, pedían de comer en la misma dirección y seguían la juerga.

“Las Navidades eran fiestas extraordinarias. Había lo que se le pueda ocurrir. Hasta restaurantes de los internos operaban. Muchos de los internos adinerados podían salir de la prisión, no nada más El Azul. El compromiso era que volvieran por su propio pie”.

Las cosas no eran muy diferentes para sus socios presos en el Reclusorio Norte, Caro Quintero y Don Neto Fonseca, dueños del dormitorio 10. Había cava, jacuzzi, salón de juegos, mesas de billar...

Vale la pena decir qué clase de empleados tuvieron en prisión los jefes del hoy extinto Cártel de Guadalajara en su estancia en las prisiones del Distrito Federal. Por ejemplo, Chávez Traconi fue el administrador de Caro Quintero. Traconi fue considerado como uno de los defraudadores más importantes a nivel internacional.

Excepcionalmente inteligente, dice ser abogado. Nadie lo sabe con certeza, pero nadie duda de su erudición. Encarcelado, ha librado al menos 60 procesos, algunos iniciados en Morelos, en contra suya. Él mismo ejerció su defensa.

“Administraba el alcohol que se consumía y preparaba las listas de las vedettes que entraban a las fiestas que se hacían ahí mismo. Eran verdaderos autogobiernos”, recuerda otro exguardia.

“En las cárceles, el sistema de comunicación entre internos en diferentes prisiones siempre ha sido expedito. Cuando no existían teléfonos celulares, el contacto se hacía a través de los teléfonos institucionales, hasta del mismo director. Claro que El Azul mantenía comunicación con Caro Quintero. Es sabido que en alguna ocasión salió a una cumbre en representación de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”.

El Reclusorio Norte estaba formalmente a cargo de Jesús Miyazawa, otro descendiente de la guerra sucia mexicana, y de Alberto Pliego Fuentes, El Superpolicía, quien murió en prisión bajo el mote del Supersecuestrador.

Tiempo después, ambos fueron figuras claves para entender la llegada del narcotráfico a Morelos en la época en que Jorge Carrillo Olea, exdirector de la DFS, gobernó el estado y ahí se asentó el nuevo Cártel de Juárez.

***

Existen documentos que detallan la vida de las cárceles capitalinas a principios de los años 90, cuando el capo sinaloense fue enviado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano.

El 11 de octubre de 1991, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió la recomendación 090/1991 al jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel

Camacho Solís.

Las quejas de los internos incluyeron el cobro por la utilización de celdas de privilegio —en las que internos con poder económico ocupaban hasta cinco estancias para ellos solos—, el pago obligado para poder usar las habitaciones de visita íntima, áreas de visita familiar y llamadas telefónicas, venta de reportes para acreditar el supuesto trabajo en el interior de los centros de reclusión, tráfico de influencias y venta de estudios técnicos de personalidad, prostitución propiciada por autoridades, venta de drogas y alcohol y acceso sin restricción durante las 24 horas del día a familiares y amigos para visitar a grupos selectos de internos.

En agosto de ese año, supervisores de la CNDH visitaron todas las prisiones. En La Peni encontraron como director a Margarito Luis Pérez Ríos, el hombre que firma varios de los documentos técnicos que avalan el tránsito de Esparragoza por el lugar.

Los supervisores constataron el deterioro de las instalaciones hidráulicas y eléctricas, los servicios sanitarios y las regaderas y la carencia de agua corriente para el servicio y la higiene de los internos: sólo dos horas de agua por la mañana, dos por la tarde y dos por la noche.

La prisión tenía casi 3 mil internos, cuando la capacidad era sólo para mil 750. Muchos dormían en el piso de las estancias y en los pasillos. El costo de las habitaciones para las visitas íntimas, en el turno matutino, era de 40 mil pesos, en el vespertino, de 50 mil, y por las noches, de 110 mil pesos de entonces.

La investigación determinó que los certificados de trabajo eran una mercancía más con que los reos acreditaban el desempeño de alguna actividad laboral.

En el Reclusorio Norte, los inspectores encontraron una cárcel generalmente infestada:  chinches, pulgas y ratas en casi todos los dormitorios. Los botes de basura rebosaban de botellas vacías de ron y brandy y latas de cerveza.

Algún efecto tuvo la recomendación. En marzo de 1992 El Azul fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano Número Uno. Pero las paredes de las prisiones son, para hombres como Esparragoza, muros imaginarios. Según el FBI y la DEA, mantuvo el control de las operaciones de su empresa desde la cárcel federal.

El Azul salió libre en mayo de 1993.

Nunca ha vuelto a prisión.

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***

El análisis de Esparragoza Morena no concluyó en las cárceles de la ciudad de México. Juan Pablo de Tavira, exdirector de Almoloya de Juárez, lo señaló a mediados de los años 90 como el principal operador y negociador del narco en México.

“Fue el hombre de las relaciones públicas del Cártel de Guadalajara: hábil para hablar y para moverse, se le consideraba indispensable en la mafia”, describió De Tavira en su libro ¿Por qué Almoloya?

Era cierto. En esa época, El Azul era un hombre ubicuo. Hasta se le consideró como posible heredero del Cártel del Golfo luego de la captura de Juan García Abrego. Pero El Azul se asentó en Cuernavaca. Morelos no era una casualidad. Era una constante. A finales de la década de los años 80, cuando el narcotráfico mexicano era liderado por Amado Carrillo Fuentes, el crimen organizado presuntamente agasajaba al gobernador Carrillo Olea.

A cambio, el narco logró hacer mudanza a su estado y habría utilizado las pistas aéreas para recibir embarques de droga antes de reenviarlos a Sonora. Años después, una hija del El Azul, Nadia, fue relacionada sentimentalmente con el entonces gobernador panista de Morelos, Sergio Estrada Cajigal.

Y, tras la muerte de El Señor de los Cielos, en julio de 1997, algo quedó claro en Morelos. Había nuevo patrón: El Azul.

En aparente retiro, a Esparragoza se le comenzó a respetar como se hace con los viejos venerables de la tribu. También llamado Don Juan, pronto emergió entre los de su estirpe como el hombre sensato, curtido por la experiencia, el conciliador.

Algunos años más tarde, en 2006, versiones no oficiales, pero no desmentidas, lo ubicaban como un auténtico Don en la mafia mexicana. Y en esa calidad Esparragoza convocó a los más importantes grupos del crimen en disputa a dejar a un lado las violentísimas reyertas internas que estaban manchando de rojo ciudades y ranchos. Era la única figura que podía instarlos a comportarse con prudencia y pactar un reparto de territorios y señoríos.

Se formó lo que se llamó La Federación. Estaban ahí quienes eran importantes en el mundo del narcotráfico.

Como es obvio, no funcionó por mucho tiempo.

***

Esparragoza Moreno resolvió el test de frases incompletas el 17 de marzo de 1986. Es una prueba compuesta de 60 ideas que deben ser concluidas por el procesado. Indaga actitudes frente a la familia, al sexo, al concepto de sí mismo y las relaciones interpersonales.

Textualmente, tras los puntos suspensivos, el narcotraficante respondió:

1. Pienso que mi padre rara vez… dejo de estar conmigo

2. Cuando la suerte está en mi contra… me deprimo

3. Siempre he querido que… mi familia viva bien

5. El futuro me parece… difícil

9. Cuando era niño… fui muy travieso

12. Comparada con la mayoría de las familias, la mía era… ideal

22. La mayoría de mis amigos no saben que tengo miedo de… morir

30. Mi peor equivocación fue… no estudiar

32. Mi mayor debilidad… el dolor familiar

33. Mi ambición secreta en la vida… ser un buen padre

34. La gente que trabaja bajo mis órdenes… es gente respetada

45. Cuando era pequeño, me sentía culpable de… mis travesuras

48. Al dar órdenes a otros… me porto serio y recto

53. Cuando no estoy presente, mis amigos…me admiran

 

Al año siguiente, Esparragoza resolvió de nuevo el mismo cuestionario.

5. El futuro me parece… muy maravilloso

20. Anhelo… llegar a viejo sin achaques

24. Antes de la guerra, yo… ignoraba los alcances que ay en la actualidad

28. Las personas con las que trabajo son… muy aceptadas

32. Mi mayor debilidad es… ser muy sensible

33. Mi ambición secreta en la vida… es llegar a ver realidad que mis hijos son gente de vien

36. Cuando veo venir a mi jefe… me pongo a sus ordenes

39. Si fuera joven otra vez… sería un atleta

40. Creo que la mayoría de las mujeres… son divinas

45. Cuando era más joven, me sentía culpable por… la ignorancia

52. Mis temores me obligan a veces a… sentirme confuso

54. Mi recuerdo infantil más vívido… un viaje a disnelandia

60. Lo peor que hice hasta ahora… es no aber terminado mis estudios

***

Una muestra de la convivencia con la comunidad política: en enero de 1995 el procurador morelense Carlos Peredo Merlo realizó una fiesta en Cocoyoc por la boda de su hijo; al casamiento acudieron Carrillo Olea, entonces gobernador con licencia y testigo de honor, también El Señor de los Cielos y El Azul, según reportes no desmentidos.

El exgobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, hoy extraditado, también sucumbió a la plata del Cártel de Juárez. El mismo Azul estableció el negocio al otro lado del país, donde coordinó el envío de coca a Estados Unidos.

Su poder no se limitó a los civiles. El primer día del consejo de guerra que se les realizó, a fines de octubre de 2002, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro, vestidos con sus uniformes de una y tres estrellas, dijeron que no, que ellos no eran empleados de El Señor de los Cielos.

Ese mismo día, se leyeron los testimonios de varios testigos protegidos, algunos ligados a ellos desde los días en que el ejército, la Dirección Federal de Seguridad, la

Policía Judicial Federal y la Policía Judicial del DF integraron la Guardia Blanca para perseguir y aniquilar líderes guerrilleros durante los años 70.

Dos de ellos, Gustavo Tarín Chávez y Jaime Olvera Olvera, aseguraron bajo juramento que Quirós era compadre de Juan José Esparragoza y que Acosta llamaba “m’ijo” a Amado Carrillo.

Jesús Gutiérrez Rebollo, el general al que se llamó “el zar antidrogas de México”, también sucumbió al encanto de El Azul. El 8 de julio de 1987, la especialista María del Carmen reportó otro estudio criminológico de Esparragoza. Habló también de la sobreprotección de su padre, quien llenó la mano de su hijo con una pistola.

“Ha incrementado de manera excesiva su ambición por el poder, ya que a pesar de poseer una cuantiosa fortuna, heredada de su padre, la ha incrementado con las actividades del narcotráfico.

“Sus características de personalidad son de pocos sentimientos de culpa, angustia o remordimiento, con fallas importantes en los juicios de valor. Es hostil, oportunista y, sobre todo, manipulador, ejerciendo rol de líder ante cualquier grupo. Mantiene bajo control de impulsos. Es seductor con el manejo de poder.

“Se considera que su capacidad criminal es alta por el deseo desmedido de poder. Su capacidad de adaptabilidad social es media, ya que ejerce la seducción y la manipulación en sus relaciones interpersonales. Su índice de peligrosidad es alto, pues, es un sujeto con posibilidades de evasión por el mismo rol de líder que maneja”.

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Si se atiende a la vida de El Azul, el Estado mexicano está amenazado por hombres que ni la secundaria terminaron. Ahí está él, un hombre decidido a no ir más a la escuela después del segundo año de secundaria, clasificado por la DEA y el FBI como un pacificador en las sangrías que se hacen los cárteles mexicanos. Y no sólo esto, es un barón de las drogas con autonomía.

“Se le ha reportado como una cabeza de la organización por sus propios méritos con conexiones independientes, con traficantes peruanos y colombianos de cocaína”, enunció el reporte Crimen Organizado y Actividad Terrorista, elaborado por el Congreso de ese país a principios de esta década.

El gobierno estadunidense colocó una recompensa sobre su cabeza de 5 millones de dólares, lo mismo que ofrece por la entrega de El Chapo Guzmán, quizás el capo más reputado del mundo en la actualidad. El de México ofrece 30 millones de dólares a quien dé información que lleve a detenerlo.

También están los reportes de la justicia argentina, que lo ubican como residente temporal en Buenos Aires, donde tejía redes de lavado de dinero y envío de cocaína hacia el norte del continente.

Hoy el Cártel de Sinaloa se despedaza. La guerra interna se declaró en enero de

2008 cuando los hermanos Beltrán Leyva se dijeron traicionados por El Chapo, a quien acusan de haber entregado a las autoridades a Alfredo Beltrán Leyva.

Del lado de El Chapo  se situaron Ismael, El Mayo Zambada, Ignacio Nacho Coronel, abatido por el ejército en Guadalajara hace dos semanas, y el patriarca, El Azul.

Los Beltrán Leyva, originariamente asesinos y ajustadores de cuentas de los viejos empresarios de la droga, se aliaron con los Carrillo Fuentes y Los Zetas, los más jóvenes y los más violentos del vecindario.

Se ha dicho que El Azul no se quedó con la última mujer registrada por los estudios psicológicos de las prisiones del Distrito Federal, que se unió a una de las hermanas de los Beltrán Leyva, perseguidos por el gobierno de Felipe Calderón hasta el asesinato y la exhibición de sus cadáveres con billetes adheridos a su cuerpo con su propia sangre.

Sólo algo es seguro: narcos surgen y narcos sucumben.

Todos, menos uno: Esparragoza Moreno, el capo que sabe guardar silencio desde la infancia y que soñaba en prisión con su viaje a disnelandia.

Semanas antes de la salida de prisión de su viejo socio Rafael Caro Quintero, la DEA notificó que El Narco de Narcos, el hombre que compró el sistema de espionaje mexicano, seguía vigente mediante una extensa red de empresas de bienes raíces en Jalisco y de gasolineras en Sinaloa, que sobrevivió gracias a un viejo socio, el único que ha vivido completa la historia de la Nación del Crimen, un hombre que de tan prieto que está le dicen El Azul. *

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Fuentes

Causa penal 82/86 instruida contra Sergio Espino Verdín

Averiguaciones previas 219/85 y 3992/85 abiertas contra Rafael Caro Quintero por el delito de homicidio

Expediente 24,394/90 abierto por la Dirección Técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal y que incluye los estudios psicológicos, familiares, laborales y criminológicos practicados a Juan José Esparragoza Moreno

Causa penal 82/86 abierta contra Sergio Espino Verdín por su participación en el asesinato de Enrique Camarena

Notificación de la Oficina de Control de Bienes de Extranjeros del gobierno de Estados Unidos de 12 de junio de 2013

Mañana: Cuando los tigres se soltaron

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